One meet {Daniel Radcliffe}

Llevaba toda la semana preparando cosas en Broadway y en algunas películas cuyos guiones aún estaba revisando porque no quería aceptar ni denegar nada sin antes haberlo pensado, mirado y remirado, todas las veces que hiciera falta. No podía evitar encerrarme en mi penthouse pasando las horas muertas leyendo, no solo libros y guiones, sino periódicos y demás, sin apenas descansos, pues mi agente ya me había dicho que tenía que decidirme pronto, que no podía tener a los productores esperando por mí si iba a rechazar sus proyectos.

Al final, agotado, decidí tomarme un descanso. Busqué un lugar tranquilo donde poca gente fuera a ir a buscarme, y acabé en un gran parque de Manhattan. Me gustaba mucho ese parque. Oí ladridos y, atraído por mi gusto hacia los perros, fui a la zona canina. De improvisto, un dálmata comenzó a intentar llamar la atención mía y acaricié su cabeza sonriendo, hasta que su dueña le llamó.

—No pasa nada, me gustan los perros. Tienes un dálmata encantador —le dije a su dueña. Al fijarme en ella, noté que me sonaba de algo, pero no sabía de qué—. Disculpa... ¿te conozco?

Al verme, pude ver en sus ojos que me reconoció sino al instante, muy cerca de eso. Debía de haberse acordado de mi amigo Potter, como todo el mundo, pero no me importaba. Harry me lo había dado todo, todo cuanto conocía se lo debía a él. Mi trabajo, muchos de mis amigos, popularidad, dinero, casas, trabajos en otras cosas, papeles, obras, premieres, sesiones de fotos, prensa, fans, cartas de fans... Ni siquiera había firmado nunca un autógrafo, yo era un tío normal, un niño como cualquier otro, pero no un enchufado y eso me encantaba.

Entonces comencé a atar cabos con la chica. A Emma le gustaba Julia Roberts, así que la había visto de vez en cuando, más de lo normal, en fotos y cosas así, y esta chica se le parecía bastante, tenían el mismo tono de pelo. Pero la chica no parecía tan nerviosa como la gente no famosa cuando se encontraban conmigo, así que tenía que ser famosa, y estar acostumbrada a ver famosos de vez en cuando. Y familiares de Julia, famosos, sólo se me ocurría uno.

—Buena pregunta —añadí riendo un poco—. Y la verdad es que acabo de acordarme de quién eres tú también. Eres Emma Roberts, la sobrina de Julia. A tu tocaya, Emma Watson, le gusta mucho tu tía así que me acordé de ella y me acordé de ti. Me gustan las actrices que se guían por los gustos, no por la popularidad que vaya a darle cada papel.

Sonreí ante su reverencia extraña e hice un gesto para que lo dejara, bromeando. Estaba bien que la gente se tomase aquellos encuentros con algo de guasa, no como si yo fuera la reina Elizabeth I de Inglaterra. Me pareció que estaba encantada, y a la vez curiosa, con gustarle a Emma.

Debía de ser sumamente difícil ser familiar de alguien tan famoso como era Julia Roberts. A menudo debías de preguntarte si habías llegado tan lejos sólo por ser su sobrina o por tu talento, si realmente eres buena, y al mismo tiempo debía de inspirarte a querer ser mejor, a quererla superar, a quererle demostrar que eres muy buena y que no eres famosa por tu cara bonita, por tu apellido o por tu sangre. A que eres quien eres porque te lo has ganado con tu talento.

—Una amiga mía se llama Julia y hace poco fue su cumpleaños, y nos hizo ver todas las películas de Julia Roberts en honor a su nombre y claro, de ti, aunque si te digo la verdad, no presté mucha atención —comenté un poco en broma—. Bueno, Emma es fanática de gente buena pero creo que también sentiría un honor si tú fueras fan suya —comenté quitándole importancia al asunto—. Llevo como dos años trabajando en Broadway. Ahora estrené La Mujer de Negro y estaba buscando más cosas por aquí...